Nenúfares

Durante los últimos treinta años de su vida, Claude Monet hizo de su jardín acuático de Giverny, a 65 kilómetros de París, su principal tema artístico y su retiro final del mundo hacia un tranquilo reino de meditación, ensueño y paz. Con colores estrechamente coordinados y atrevidas pinceladas caligráficas a lo largo del lienzo, establece intrincadas secuencias de vibrantes movimientos por toda la superficie pictórica. Monet pone el mundo de cabeza y confunde las expectativas visuales al añadir tierra y hierba a lo largo de la zona superior del lienzo en lugar de la inferior. Desdibuja las distinciones entre agua, tierra, nenúfares y reflejos y hace que la naturaleza aparezca como algo insustancial, flotante y suspendido, sin gravedad ni profundidad, en un movimiento brillante y constante: un desarrollo natural de su estilo impresionista temprano donde intentaba capturar la luz que se escapaba (ver 1929.51). Como Monet indicó a un crítico en 1909, su imagen del jardín de agua "evoca la idea del infinito; la experiencia de estar allí  como estar en un microcosmos […], la inestabilidad del universo que se transforma a cada momento ante nuestros ojos".

Durante el verano de 1914, Monet consiguió finalmente realizar su sueño de hacer su jardín de agua el tema principal de un gran diseño decorativo, un proyecto que consumiría sus últimos 12 años de vida. Ejecutó su diseño épico mediante enormes lienzos que expresaban los efectos de diferentes condiciones lumínicas sobre el estanque durante distintos momentos del día. Pintadas como un regalo a la nación francesa, estas inmensas decoraciones se encuentran en dos grandes salas ovales de la Orangerie, en las Tullerías de París. Las características compositivas y el tamaño inusual de la pintura de Toledo sugieren que fue concebida como un nuevo lienzo de anchura media para el lado derecho de un tríptico titulado Mañana, pero que fue rechazado por el artista. Quedó sin acabar en el estudio de Monet cuando murió.