Rostros (caras en un ícono) by Pavel Filonov - 1940 - 64 x 56 cm Museo Estatal Ruso Rostros (caras en un ícono) by Pavel Filonov - 1940 - 64 x 56 cm Museo Estatal Ruso

Rostros (caras en un ícono)

óleo sobre lienzo • 64 x 56 cm
  • Pavel Filonov - Enero 8, 1883 - - Pavel Filonov 1940

Expresar es extraer, llevar la intimidad hacia afuera y establecer el "yo" como un combustible para la creación. El arte memorable tiene sus raíces en la búsqueda de la identidad: busca entrelazar creador y creación tan profundamente como para hacer que el estilo del artista sea tan único como el artista mismo. Puedo imaginar la cara de Picasso; puedo imaginar mi cara pintada por Picasso.

Nietzsche escribió que, de todo lo que ha sido escrito, “me encanta solo lo que una persona ha escrito con Su Sangre”. Esta brutal imagen sobre la autocombustión de la creación refleja tanto la importancia de la individualidad como el disguto del filósofo por las abstracciones espirituales (su creencia en todo los corporal y cosas físicas), una actituda resumida por Oscar Wilde como: “aquellos que ven alguna diferencia entre el alma y el cuerpo no tienen a ninguno de los dos”.

En esta sangre fluye el hierro que nace de la muerte de una estrella lejana: ¿debería el artista buscar la identidad a través del espacio o tomarla de un átomo?; ¿qué tan cerca es demasiado cerca y qué tan lejos es demasiado lejos para encontrar la identidad?

Si te adentras en la herencia arremolinada de código, encontrarás tu diseño primario. Sin embargo, si el ADN significara identidad, los gemelos compartirían el mismo ADN indisociable. Yendo más allá, no queda claro cómo encontrar una identidad física principal: si consideramos a las células como bloques de construcción del cuerpo, podría convertir a la identidad en una entidad inestable, sujeta a la aparición y desaparición de cada uno de estos bloques.

Una compleja orquesta de glándulas y hormonas conducen a la maquinaria del cuerpo al ritmo de la respiración, al metrónomo circadiano, dilatando vasos y contrayendo válvulas, a la composición dictada por una infinidad de estímulos y percepciones. La experiencia de escuchar esta música interna y sus variaciones que se despliegan en la armonía de la vida se llama emoción. Las emociones son la percepción interna de nuestro marco corpóreo. La sensación de que nuestro cuerpo responde a la vista, el disparador para procesar el miedo, la energía para comprometerse con practicar carreras, todas son emociones. Sin esta escucha interna a la orquesta del cuerpo, el conocimiento sería descolorido: tu corazón no late porque estés asustado, la expresión de miedo hace que tu corazón toque un concierto con adrenalina y todas las hormonas causado por haber visto un león.

Las emociones no son una entidad independiente, están enraizadas en nuestro cuerpo y en nuestro físico. Cuando Tolstoy decía que “el arte es para expresar emoción”, me pregunto si era consciente de lo mucho que nuestras vísceras influyen en el estado de nuestras emociones. Incluso la personalidad está contenida por esta definición: estudios recientes demuestran una profunda relación entre las microbacterias que transportamos y nuestra predisposición al enojo, a la hostilidad y a estados de ánimo depresivos; la presencia de la hormona cortisol se relaciona con el estrés, con la tendencia a baja autodisciplina y ambición, mientras que los niveles bajos de latidos generan impulsividad e intrepidez.

Si la búsqueda de la individualidad en la personalidad se traduce en variaciones de bacterias, entonces solo nos quedan memorias y experiencias para definir un yo digno de valor artístico. Sin embargo, no están libres del afecto de la emoción, cada parte del proceso llama a un sentimiento a su lado y manipulan y engañan a la memoria. Un ejemplo es la tendencia a ampliar la luminosidad de las memorias pasadas más allá de la experiencia realmente vivida, que da como resultado una historia de nosotros mismos reescrita por un mecanismo demasiado amplio como para rastrearlo.

Caos. No importa dónde elijamos mirar, la identidad será la suma infinita de elementos fuera de nuestro control. Cada parte se descompone en otra parte relativa en un proceso aleatorio. Pero mira a la pintura: ninguna otra colisión de circunstancias podría resultar en esta pieza exacta, marca el punto único en el cual basa su existencia: la unidad, más allá de donde se fractura, a lo largo de vínculos que se cruzan que enlazan la eternidad con un punto particular en el tiempo. Busca ahí y podrás encontrar el reflejo de una cara  que dirá "¡He existido!"

- Artur Deus Dionisio

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