En la primavera de 1891, Gauguin viajó a la isla de Tahití en el sur del Pacífico, entonces una colonia francesa. Esperaba encontrar un paraíso encantador, lejos de la moderna metrópolis de París. Sin embargo, en el momento de la llegada de Gauguin, Tahití se había visto profundamente alterada por la colonización francesa: la pobreza y la enfermedad eran rampantes. Aún así, en sus pinturas de la isla, Gauguin incluía elementos imaginarios, configurando a Tahití como una tierra de ocio pre-moderna.