En el verano de 1888, Van Gogh, que entonces vivía en Arlés, viajó al pequeño pueblo pesquero del Mediterráneo Saintes-Maries-de-la-Mer, donde pintó la vista de esta calle con sus tejados de paja y sus humeantes chimeneas. Antes de esta, Van Gogh ya había creado uno de los quince dibujos que realizó en julio y que envió a su amigo en Bretaña, el artista Émile Bernard, para mantenerle al tanto de sus trabajos. Los colores de los edificios y sus alrededores no son reales; fueron añadidos más tarde en el estudio, y con su frescura Van Gogh pretendía mostrar su optimismo y actitud positiva (que en ese momento tenía). Como sabemos, a Van Gogh le encantaba representar a la naturaleza en sus cuadros.
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