Estremecedores en su silencio y casi sagrados en su sutileza sistemática, los paisajes de Caspar David Friedrich, el artista romántico por excelencia, son algunas de las obras más conocidas de la pintura alemana posterior a Durero y anterior a los expresionistas. Friedrich no recurrió en su temática al viejo y tradicional anhelo por Italia, sino que prefirió optar por el paisaje autóctono donde encontraba una majestuosidad evocadora y una naturaleza inmaculada. Su contemporáneo francés Jean Pierre David d’ Angers hizo referencia a la "tragedia del paisaje" que encontró expresión en su obra.
Estos paisajes siempre se basan en la simetría y el uso de capas, y a menudo intentan evocar los elementos visuales de la composición de forma simbólica—así, la cordillera puede interpretarse como símbolo de Dios, el desfiladero como fe inquebrantable, y el árbol viejo como símbolo de la muerte. Sin embargo, si se considera al pintor menos como un creyente literal en sentido estricto y más como un fiel del protestantismo o incluso de la tradición panteísta, entonces se comprende mejor el gran respeto que sentía por la naturaleza. Conviene reseñar que Friedrich planeaba incluir una figura en la zona posterior a la izquierda del árbol desnudo, la que finalmente omitió. Como consecuencia, el espectador se encuentra ahora completamente solo frente a la naturaleza. Es interesante el hecho de que los dibujos en los que se basaba esta composición de un paisaje ideal alpino se habían realizado casi diez años atrás: Friedrich en realidad no los necesitaba, ya que quería pintar lo que veía con su mirada interior.
Hoy presentamos esta obra gracias a las Colecciones de Pinturas del Estado de Baviera - Nueva Pinacoteca de Múnich. :)